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✔ Seguramente desconoces que los Templarios fueron los primeros hombres de finanzas dedicados a la banca en Europa. Entre los años 1118 y 1312, los Templarios bajo la Orden del Temple (que fue así porque su residencia, la mezquita de al-Aqsa, se levantaba en la explanada del antiguo templo de Salomón) se alzaron como los primeros banqueros.

La orden del Temple no solo fue famosa por su devoción y el arrojo de sus caballeros en la defensa de Tierra Santa en diversas partes del mundo. Sus finanzas la convirtieron en el mayor poder financiero de la Cristiandad, controlando grandes sumas de capital gracias a donaciones y conquistas. Después de las cruzadas regresaron a Europa con nuevos ejércitos, riquezas y, por lo tanto, PODER. Con esa abundancia empezaron a conceder créditos a la nobleza y a la realeza y gracias a su honestidad, también eran los encargados de custodiar su dinero. Ejercieron como unos auténticos visionarios.

La Orden del Temple fue la orden militar más rica por excelencia.

El Temple se distinguió muy pronto por la piedad y el valor de sus miembros, hasta tal punto que cosechó una enorme cantidad de nuevas vocaciones y en sus filas ingresaron personajes destacados de la aristocracia. Además, recibió de todas partes dones y legados testamentarios en dinero y en bienes inmuebles, con lo que se enriqueció rápidamente. Asimismo, la fama de eficiencia y honestidad que los templarios adquirieron en poco tiempo hizo que se les confiaran importantes sumas de dinero, e incluso depósitos financieros públicos para que los custodiasen y gestionasen.

La principal fuente de ingresos de los templarios, al menos al principio, fue su vasto patrimonio territorial. En la segunda mitad del siglo XII se intentó racionalizar el conjunto de las propiedades que, al proceder de legados, se hallaban muy dispersas; para ello fueron necesarias ventas, permutas y compras. En su mayor parte se trataba de tierras que la Orden gestionaba directamente, pero también existían algunas administradas por campesinos que pagaban a los templarios los derechos de señorío. Podría parecer una contradicción que la Orden, nacida con el nombre de Pauperes conmilitones Christi («Los pobres caballeros de Cristo»), se hubiera enriquecido. Pero es importante entender que la expresión «pobres de Cristo» no solo tenía el significado de «pobres» en sentido económico, sino que más bien se refería a la devoción absoluta a Cristo y al hecho de que la vida de los templarios estaba totalmente dedicada a Él. La finalidad última de la Orden no era acumular dinero, sino obtener recursos con los que adquirir todo lo necesario para luchar en Tierra Santa: armas, hombres, caballos, víveres y naves para el transporte ultramarino.

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Por esta razón, el ámbito de las actividades financieras era el que más atraía la atención de la Orden. Las «casas» templarias, repartidas por Europa y por Tierra Santa, funcionaban como bases para la circulación de «letras de cambio» que permitían transferir a distancia sumas de dinero sin correr el riesgo de mover físicamente grandes cantidades de metales preciosos. Los templarios fueron, pues, los primeros «banqueros» de Europa y adquirieron cada vez más importancia en el renacimiento del comercio europeo entre los siglos XII y XIII. Éxito económico en una sociedad en la que el dinero no circulaba, era normal que la Iglesia considerase sospechosa, y, por lo tanto, condenable como fruto de la usura, cualquier ganancia que no se hubiera conseguido con el sudor de la frente. De ahí que censurase los préstamos (considerados usura) e incluso el comercio. Pero en el siglo XIII había que afrontar un desarrollo comercial totalmente nuevo, y las finanzas templarias presentaban ventajas respecto a cambistas y comerciantes, sus competidores laicos: los beneficios se destinaban a un buen fin, la defensa de Tierra Santa, y los intereses de sus préstamos eran muy distintos de los comerciales.

La banca templaria, además de no requerir un interés real, basaba sus beneficios en las ventajas que suponía poder invertir de nuevo las cantidades recibidas en prenda. Su finalidad última eran las responsiones: la reinversión en Oriente de la tercera parte de las cantidades acumuladas en Occidente. Las operaciones financieras llevaron al Temple a gestionar directamente las cuentas de muchos clientes privados, para los cuales realizaban operaciones bancarias; sobre todo se ocupaban de los tesoros reales, cuya custodia se les encargó a menudo. Así lo hicieron Juan sin Tierra y Enrique III en Inglaterra, o Felipe Augusto y San Luis en Francia. En este último país, desde principios del siglo XIII, el formidable recinto del Temple en París se convirtió en la tesorería de la Corona francesa.

Durante la segunda mitad del siglo XIII se produjo un declive gradual de las finanzas de los templarios: las operaciones de la Orden se redujeron a medida que las posiciones latinas en Tierra Santa disminuían hasta su desaparición en 1291, tras la caída de San Juan de Acre, la última gran plaza cruzada. Desde entonces, la existencia del Temple carecía de justificación, hecho al que se sumaba la mala fama de los templarios, acusados de avidez. A pesar de que muchas acusaciones contra la Orden —incluso antes del proceso que acabó con su desaparición— eran fruto de la propaganda, algunos acontecimientos de los últimos años de vida del Temple se prestaban a una interpretación favorable a sus detractores.

Por lo tanto, a finales de la Edad Media ya habían surgido muchos de los conceptos bancarios que hoy conocemos.

La banca en tiempos de los templarios, que no contaron nunca con un prestamista de última instancia, se caracterizó por su estabilidad y solvencia, manteniendo siempre una sana distancia con el poder político, lejos del pacto tácito de socorros mutuos inevitable en el modelo actual de banca apalancada sobre un sistema de dinero fiduciario. Y quizás, la gran lección histórica de su trayectoria es la de no tener nunca grandes deudores en el balance, menos si son poderosos.

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